El movimiento español liderado por Pablo Iglesias propone al PSOE e Izquierda Unida conformar un gobierno de coalición. Un viaje político acelerado del asambleísmo 3.0 a la guerra de posiciones parlamentaria.
Por Emiliano Guido
“Pablo Iglesias es Felipe González con Internet”, advertía y provocaba al resto de sus compañeros el escritor y periodista Raúl Argemí en la redacción de Miradas al Sur cuando Podemos comenzó a ser parte de la agenda periodística. Argemí ponía en juego dos bazas de su pedigrí político, ex preso político del PRT y ex exiliado en España, para justificar su notorio objetivo de bajarle el precio a un naciente movimiento político que llamaba la atención por su audacia y popularidad. Desde entonces, en apenas dos años y monedas, Iglesias y Podemos han demostrado ser muchas cosas: un colectivo asambleario que conectó la bajada de línea de John Holloway (padre del autonomismo) con Ernesto Laclau (prócer del populismo lacaniano) y Jorge Alemán (otro tutorial criollo), una máquina electoral capaz de ganar cuotas de poder en Bruselas y en las principales alcaldías del país, un colectivo capaz dea poner al borde de un ataque de nervios a la casta (el bipartidismo en la narrativa de Podemos) con su reciente propuesta al Psoe de formar un gobierno de coalición nacional.
Sin embargo, el verdadero timonel del Psoe –no Pedro Sánchez, investido por el Rey a formar gobierno tras el fracaso de Mariano Rajoy, sino Felipe González- aconsejó en una entrevista exclusiva al diario El País: “Priorizar el entendimiento con el Partido Popular para impulsar las reformas que faltan”; en política exterior, la prédica del precursor de la Tercera Vía europea es tan ultraderechista como a nivel doméstico -Felipillo llegó a comparar a Nicolás Maduro con el dictador Pinochet-. En paralelo, Iglesias, si tomamos la tesis de Argemí, parece superar a su supuesto maestro. Iglesias no se amilana con protocolos ideológicos. Visita en jean al Rey y le regala la serie televisiva Juego de Tronos. Sus alfiles parlamentarios son más desarrapados que Mujica cuando llegan al hemiciclo, uno asumió con rastas mientras una cumpa asistió a la sesión inaugural con su bebé. Indudablemente, Podemos padece un biologismo político acelerado. Da saltos identitarios por semestres. Sí. Iglesias podría ser un Felipe Gónzalez 4G, pero revestido con el vértigo comunicativo de Twitter, la estética hedonista de Instagram y la popularidad suave de Facebook.
Podemos tuvo su 17 de octubre en una plaza donde sus protagonistas no pusieron las patas en la fuente, sino que deslizaron los dedos en la brillante pantalla móvil de su Smartphone. El grado cero territorial de la futura viralización podemista comenzó en la Puerta del Sol, en el centro madrileño. El movimiento de protesta contra las políticas de “austeridad” del presidente Mariano Rajoy que acampó y se quedó un rato largo en la plaza central de España se llamaba Los Indignados.
Pero, a diferencia de otros colectivos de base urbanos, blancos y clasemedieros que estallaron casi en simultáneo en las naciones centrales y los países árabes –desde Occupy Wall Street hasta la juventud egipcia congregada en Plaza Tahrir- para luego desvanecerse en una nada organizativa, los Indignados españoles sí pudieron constituirse como partido. En ese momento, Iglesias, su fiel escudero Iñigo Errejón –un politólogo baby face que visita la Argentina más seguido que Joaquín Sabina por su cercanía con el mundo K-, o el ensayista Juan Carlos Monedero –que había coacheado a los países sudamericanos del eje bolivariano en temas varios-, quemaron los escritos de Holloway y Toni Negri.
La línea fundadora de Podemos quería cambiar el mundo y tomar el poder al mismo tiempo, ya había pasado para ellos la etapa de ganar adeptos colgando notas en el portal electrónico alternativo “Rebelion”. Comenzaba así la era del “leninismo amable” en Podemos, según la definió el arabista e intelectual Santiago Alba Rico. Es decir, Podemos era, por momentos, centralista y, por momentos, democrático. Había una conducción férrea sostenida en el power trio Iglesias- Errejón- Monedero, pero la base, y no es chiste, podía sumarse a votar las resoluciones del partido bajando, previamente, una aplicación en su teléfono celular.
¿Qué es Podemos? Su notoria ambigüedad ideológica y su pendularidad programática dificultan la respuesta. En principio, Podemos es un proyecto más latinoamericanismo que europeísta implantado, con todos los desajustes que conlleva, en la naciente primera periferia económica de Bruselas. Iglesias y Errejón toman la clásica antinomia sudamericana pueblo vs imperio –empoderados vs corporaciones- y la redefinen como gente vs casta para hacer y acumular poder político. La casta es, recordemos, el consenso político, mediático y empresarial dominante en España desde 1978, apenas caído el franquismo. Con ese tenue esqueleto identitario mal no le fue a Podemos: ya tiene cinco eurodiputados, la conducción municipal de varias Alcaldías, entre ellas Madrid y Barcelona, y la posibilidad de llegar a La Moncloa si el PSOE e Izquierda Unida aceptan su propuesta de formar un gobierno de coalición.
¿Puede Podemos llegar al poder? En principio, el convite de Iglesias es difícil que cale. Para el Psoe, los cuadros de Podemos son imberbes y chavistas nostálgicos. “Un leninismo 3.0”, según González en el reportaje citado. Para Izquierda Unida (IU), en cambio, Podemos es un invento del imperio. Es más, en la cadena televisiva Telesur, que sintoniza visiblemente con los posicionamientos de IU, los columnistas suelen despotricar contra las indefiniciones de Podemos en temas geopolíticos como la expansión de la OTAN en la Europa del Este o el futuro relacionamiento con el Kremlin. Sin embargo, más allá de las criticas citadas, Podemos ha logrado, indudablemente, movilizar a los nuevos sujetos sociales paridos por el ajuste de Rajoy y el actual patrón de acumulación europeísta: el movimiento anti- desahucio, los colectivos post fracking y el ascendente grito autonomista que hierve en Cataluña, Andalucía y el País Vasco.
Volvamos a la pregunta anterior, ¿Puede Podemos llegar a La Moncloa? Quizás. Dos ejemplos vecinales le levantan la moral a Iglesias. En Grecia, el mandatario y compañero de ruta regional Alexis Tsipras renunció a su cargo, apenas asumido, cuando notó que los buitres europeos iban por todo con la renegociación de la deuda. Luego, aprovechó el caótico y equitativo reparto legislativo, similar al que se da ahora en España, para vencer en la nueva convocatoria electoral. En el medio, Tsipras barrio de Syriza a su ala izquierda y retorno al poder con una hoja de ruta gubernamental más prudente y reformista. Segundo ejemplo: Portugal. En el vecino país, una inédita y fugaz alianza táctica entre el Partido Comunista, el Partido Socialista y Bloco da Esquerda (el Podemos portugués) logró en diciembre último tumbar al gobierno conservador tras rechazar una y otra vez todas las mociones legislativas que llegaban del Ejecutivo. Iglesias observa Grecia y concluye que las depuraciones no son malas. Otea Portugal y entiende que los acuerdos momentáneos, incluso con el Psoe, no son imposibles. Pablo Iglesias y sus compañeros de buró no llegan a los 40 años pero lucen acelerados. Con el vértigo de la revolución quieren espolear un sistema institucional vetusto y modosito. Iglesias luce ansioso. Quiere llegar a La Moncloa. Es aquí, es ahora, perjura y busca convencer. Podemos, Podemos, Podemos.
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